Siguiendo con la temática de los principios (primer mes del blog, primer mes del año), vamos a explorar los inicios de la novela y de sus diversos géneros. Aquellas obras que pusieron los pilares de las obras que conocemos y disfrutamos hoy en día, a pesar de (o quizás, por) los cambios en forma y estilo.
Los seres humanos se han contado historias los unos a los otros desde hace milenios. Primero para explicar el origen de lo que los rodeaba, de un mundo que amenazaba con matarlos a cada segundo. Después, ya resguardados en sus casas, con el fuego calentándolos y una buena comida llenándoles el estómago, para entretener a sus iguales y educar a sus descendientes. Contar historias ha sido (y es aún a día de hoy) una forma excelente de compartir experiencias, noticias, información útil para el día a día y también para crear lazos entre las personas.
Con el paso del tiempo, las historias han dejado de ser transmitidas solo vía oral. Aunque la tradición sigue existiendo (alguien contándole cuentos de buenas noches a sus niños, y el auge de plataformas como Youtube, Twitch y los podcast son otra muestra de ello), la escritura ayudó a unificar algunas de esas narraciones originales. Unificar, y extender en el tiempo. Algunas se usaron, y se usan aún hoy, como base para creencias religiosas o para el estudio (y resurgimiento) de viejas religiones.
Y en otras ocasiones esas narraciones transcritas son el pilar de más escritos similares. Más recopilaciones de tradiciones orales, o directamente, obras pensadas para ser expuestas por escrito. Como todo, la narrativa escrita ha evolucionado. Se ha especializado, dividiéndose en géneros según las temáticas, los protagonistas o las historias contadas. Y para todo ello hay un germen. Aquí vamos a hacer un pequeño repaso a los diversos géneros de la narración escrita, y las obras que lo han iniciado todo.
Novela histórica
Las novelas históricas narran las vivencias de personajes, reales o ficticios, situados en alguna época anterior a la del momento en el que se escriben. Aunque tiene una base histórica, la novela suele ser ficción.
El origen de la novela histórica se le atribuye a Walter Scott, con novelas como Waverley (1814) e Ivanhoe (1819). Sin embargo, Walter Scott se inspiró en Benedikte Naubert, que publicaba sus obras de forma anónima. Al español se ha traducido Herman De Unna, 1: Rasgo Historial De Alemania.
En español la primera novela histórica, siguiendo los pasos de Walter Scott, fue Ramiro, Conde de Lucena (1823) de Rafael Húmara y Salamanca.
Novela policiaca y novela negra
En la novela policíaca, el protagonista (un detective, un policía, un periodista, un abogado y en ocasiones hasta un aficionado) investiga un crimen, estudiando los rastros que quedan en la escena del crimen y hablando con los involucrados.
En la novela negra se entretejen, además, los problemas sociales. Esto vuelve a la novela, y a sus protagonistas, en algo más oscuro y hasta cierto punto, decadente.
Los crímenes de la calle Morgue (1841), de Edgar Allan Poe, es la obra que da origen a la novela policíaca. Su protagonista, además, sería la inspiración para Sherlock Holmes.
En la novela negra es difícil determinar una obra o un autor originarios, pues evolucionó sobre todo en relatos publicados en revistas pulp americanas.
En España los orígenes de la novela policiaca son mucho más difíciles de identificar. Así pues, y en orden de publicación, tenemos El clavo (1853), de Pedro Antonio de Alarcón, La gota de sangre (1911), de Emilia Pardo Bazán, El Quaque (1953, revista Ateneo), de Francisco García Pavón y El Inocente (1953), de Mario Lacruz.
Novela de terror
El terror, como temática narrativa, se remonta al origen de la narración oral. Sin embargo, en el ámbito de las novelas es una evolución de las novelas góticas del siglo XIX. El terror busca despertar sentimientos como el miedo o el desasosiego. Todo, desde los elementos más cotidianos hasta criaturas indescriptibles, puede ser utilizado para asustar al protagonista, y al lector.
El terror tiene tres claros precursores, que todavía bebían de la novela gótica pero se alejaban cada vez más de ella. Quien inició todo fue Horace Walpole, con El Castillo de Otranto (1764). Lo siguió El Monje (1796), de Matthew Gregory Lewis. Y finalmente llegó Frankenstein o El Moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley, que no sólo afianzó el género y dio inicio a todo un fenómeno dentro de la literatura de terror, sino que adelantó lo que más tarde sería la ciencia ficción.
En España es difícil determinar un inicio claro de la novela de terror. Hay quien sitúa su inicio con Galería fúnebre de espectros y sombras ensangrentadas, o sea el historiador trágico de las catástrofes del linaje humano (1831), de Agustín Pérez Zaragoza. También hay quien ve en Las Leyendas (1858 – 1865), de Gustavo Adolfo Bécquer, el precursor de la literatura de terror.
Novela de aventuras
El género de aventuras es uno de los más prolíficos, y con un pasado más antiguo. Se centra en las aventuras de un héroe, que generalmente se enfrenta a grandes peligros y se ve expuesto a situaciones que lo obligarán a enfrentarse a sus enemigos, y a veces a sí mismo.
Descartando la Epopeya de Gilgamesh (porque está escrita en verso), o la Iliada (por la misma razón), llegamos con Robinson Crusoe (1720), de Daniel Defoe. Sin embargo, y dependiendo a quien se le pregunte, el lugar de la primera novela de aventuras le correspondería a Don Quijote de la Mancha (1605) de Miguel de Cervantes Saavedra. La duda se debe a que El Quijote se puede catalogar como novela de aventuras, o novela picaresca. O ambas, pues no son géneros excluyentes entre ellos.
Novela de fantasía
En la fantasía, ya sea ambientada en nuestro mundo o en otro, la magia es la principal protagonista. Los protagonistas la poseen, o por lo menos se ven envueltos en ella. Criaturas de fantasía como dragones, elfos o hadas son reales entre las páginas de este género.
Hay muchísimos ejemplos de novelas de fantasía actuales, pero para buscar su origen hay que nadar entre los cuentos de hadas tradicionales. Igual que pasa con la novela de terror, hay narraciones orales sobre criaturas fantásticas desde tiempos inmemoriales (muchas veces la fantasía se convierte fácilmente en terror, si a las hadas de un bosque encantado le añades la característica de que comen niños desobedientes).
En época medieval tenemos por ejemplo Le Morte d’Arthur (primera impresión en 1485), de Sir Thomas Malory, considerada usualmente como el canon de la leyenda de Arturo.
Durante la Ilustración tenemos Les Contes des Fées (Cuentos de hadas), de Madame d’Aulnoy, o Cuentos de antaño (Histoires ou contes du temps passé, avec des moralités), de Charles Perrault (1697).
Durante el Romanticismo hay un auge en la búsqueda de la fantasía. También se nota la relación entre fantasía y terror, con El Castillo de Otranto (1764), de Horace Walpole. De la misma época, y con la misma mezcla de géneros, es Vathek (1782) de William Beckford. Continuando con la tradición de los cuentos de hadas de Charles Perrault y Madame d’Aulnoy, tenemos Undine (1811), de Friedrich de la Motte Fouque, o cuentos como La olla de oro (1814), de E.T.A. Hoffman.
Dando un salto hacia adelante, en 1858 se publica Phantastes, de George MacDonald, considerada la primera novela fantástica dirigida al público adulto. William Morris, en novelas como El pozo en el fin del mundo (1892), fue el primero en emplazar sus obras en un mundo de fantasía, alejado de nuestro mundo.
Ya en el siglo XX Lord Dunsany, con obras como La hija del rey del país de los elfos (1924), separó la fantasía del horror sobrenatural. También sirvió como inspiración para escritores posteriores, si bien su estilo también fue criticado por otros.
En España, igual que ocurre con el terror, es difícil encontrar obras de fantasía. Ya sea por motivos religiosos o políticos, en la tradición literaria española parece haber cierto temor a salirse de los límites de la realidad. Por ello, mientras fuera se desarrollaba la fantasía, en España los escritores desarrollan el realismo mágico. Siendo así, aquí debemos esperar hasta que autores como Pilar Pedraza (Las joyas de la serpiente (1984), Ana María Matute (Olvidado rey Gudú (1996)) o Javier Negrete (Los héroes de Kalanum (2003)).
Novelas de Ciencia Ficción
Donde la fantasía tiene magos, elfos y espadas encantadas, la ciencia ficción tiene pilotos espaciales, inteligencias artificiales y alienígenas. Los grados de credibilidad y explicación científica de la tecnología presentada puede variar, pero la explicación de los sucesos siempre será (o parecerá) científica.
Para muchos este género inicia con Frankenstein o El moderno Prometeo (1818), de Mary Shelley. Aun así, para otros (como Carl Sagan e Isaac Asimov) el verdadero origen se remonta hasta Somnium (1634), de Johannes Kepler.
Establecer los límites de la ciencia ficción no es tan fácil como pudiera parecer, y hay muchas obras entre esas dos que se disputan el ser incluidas en (o ser el origen de) este género. Lo que parece casi unánime es la opinión de que Frankenstein, sea o no sea la primera novela de ciencia ficción, marcó un antes y un después en la concepción del género.
En España en 1887 se publica El anacronópete, de Enrique Gaspar, adelantándose a otros autores con la invención de la máquina del tiempo.
Novela realista y costumbrista
La novela realista presenta unos personajes y un mundo real (aunque ficticio), sin magia, poderes o heroicas aventuras. A menudo los protagonistas se alejan completamente del arquetipo del héroe, presentando claroscuros y contradicciones. Con frecuencia la novela realista sirve para reflejar la realidad en la cual se desarrolla, y para denunciar las injusticias o los eventos que afectan a los personajes.
Los autores que inician este género son Honore de Balzac (con La comedia humana, un proyecto formado por varias novelas que inicia en 1929 y termina en 1850, con la muerte del autor) y Stendhal (Rojo y negro, 1830).
En España son autores como Benito Pérez Galdós (La Fontana de Oro (1870)), Clarín (La Regenta (1884)), José María Pereda (Sotileza (1885)) y Emilia Pardo Bazán (La cuestión palpitante (1882)) los que inician este género y movimiento literario.
Novela (auto)biográfica
Son relatos centrados en la vida de una persona real. Pueden ser escritos por una tercera persona o por el protagonista de la novela, y tienden a ser bastante subjetivas.
Probablemente De viris illustribus, de Cornelio Nepote, en el Siglo I a.E.C. es la primera obra biográfica, pero Vidas paralelas (aprox. 80 d.E.C) de Plutarco es una obra mucho más conocida.
Novela picaresca
Es un género originario de España. Generalmente situado en un mundo realista, también contiene elementos humorísticos, y especialmente, de sátira y burla hacia el mundo y los personajes que representa.
La vida de Lazarillo de Tormes (1554), de autor anónimo, es la obra que origina este género y presenta las bases del mismo.
Novela satírica
La sátira es un género literario, pero también un recurso para diversas artes gráficas y escénicas. Se origina ya desde la comedia griega, y usa el humor y el ingenio para ridiculizar defectos sociales o individuales, y criticar a la sociedad mediante la exageración de sus rasgos.
En el género de la novela, no se puede obviar la presencia de la sátira en la ya mencionada La vida de Lazarillo de Tormes (1554), de autor anónimo y en Don Quijote de la Mancha (1605), de Miguel de Cervantes.
Novela romántica
El eje de la novela romántica es, valga la redundancia, la relación romántica entre los protagonistas y las dificultades y antagonistas que se interponen entre ellos (o ellas).
Samuel Richardson publica en 1740 Pamela, o la virtud recompensada, sentando las bases del género. Henry Fieldling, con Tom Jones (1749) agrega algunos elementos extra al género, alejándose un poco del moralismo de Richardson.
En España son autoras como Regina Opisso (El cuento semanal, 1907), Federica Montseny (Amor de un día, 1920), Angela Graupera (La herencia, 1924) y Carlota O’Neill (¡No tenéis corazón!, 1924) las que introducen el género a través de La Revista Blanca.
Novela erótica
Son obras que reflejan el erotismo y el sexo. Las novelas modernas, o más conocidas, entrelazan el género romántico y el erótico, pero no necesariamente deben ir juntos. No es raro encontrar erotismo ligado a la comedia o a la sátira.
Por sorprendente (o no) que parezca, la literatura erótica también se originó muchos siglos atrás. Ya desde la Antigua Grecia se encuentran tratados sobre las prácticas sexuales escritos por autoras como Elefantis, Artyanassa o Filenis de Samos. También en China, durante la dinastía Han (alrededor del 200 a.E.C.) se publicaron varios manuales sobre el sexo. Y por supuesto no hay que olvidar el Kamasutra (S. IV), de Mal-la Naga Vatsianiana, o El jardín perfumado, de Cheik Nafzaoui.
Durante la Edad Media hubo varias obras que reflejaron, en gran parte como humor y sátira, las realidades del sexo. En su mayor parte fueron gravemente censuradas o directamente prohibidas y quemadas. Un ejemplo de ellos el Decamerón (1353), de Giovanni Boccaccio.
Inspirada en Giovanni, pero varios siglos después, Margarita de Navarra escribió el Heptamerón (1558), publicado tras su muerte.
Durante la Ilustración la literatura erótica se usó como medio de crítica y sátira social. En Francia se hicieron populares panfletos sobre figuras como clérigos o la realeza. En Inglaterra, en 1748 se publicó Fanny Hill, de John Cleland. Lo mas escandaloso de Fanny Hill fue la narradora, que se deleitaba en los actos sexuales narrados. También es en esta época cuando el Marqués de Sade publica sus obras, como Justine o los infortunios de la virtud (1791).
Y mientras el Marqués daba origen al sadismo, algo menos de un siglo después Leopold von Sacher-Masoch da origen al masoquismo con La venus de las pieles (1870). Lo hace en medio de una corriente de puritanismo y castigo hacia las obras más explícitas.
Ya entrando al siglo XX El amante de Lady Chatterley (1928), de D. H. Lawrence describe detalladamente las relaciones sexuales entre los protagonistas.
En España José María Carretero Novillo, bajo el seudónimo de El Caballero Audaz, publicó obras como La bien pagada (1920), estableciendo el género erótico en el país.
Estas obras lo han empezado todo. Pero como lectores, y también como escritores, no estamos obligados a mantenernos en los límites que expusieron en su momento. Porque no solo las formas han cambiado a lo largo del tiempo. También lo han hecho los medios por los cuales se transmiten, y la cantidad de personas capaces de leerlas, y sobre todo, de producirlas.
Lo que había sido una tarea de filósofos y monjes, pasó a ser la de una aristocracia culta y dedicada a sus pasatiempos. Y ahora… ahora está al alcance de todo el mundo (incluso de una cuerva). Sé que para muchos esto es una señal del fin de los tiempos. Pero para mí, y para muchos otros, es la señal para que al fin la narrativa esté en manos de quien la necesita. Porque escribir no debe ser contar la misma historia una y otra vez. Igual que lo hicieron nuestros antepasados alrededor del fuego, escribir es narrar lo que vemos. Lo que vemos con nuestros ojos, si, pero también con nuestra imaginación. Lo que experimentamos y sentimos. Las personas somos diversas. Y pretender que las novelas modernas escritas por personas modernas no expresen esa diversidad me parece un error. Un error, y un burdo intento de esconder lo que no gusta (a algunos) bajo la alfombra.
Las obras de las que he hablado son el inicio. Pero no pueden ni deben ser el fin. Porque no es necesario haber leído El Quijote para escribir El Quijote, o de lo contrario Marty McFly no habría nacido. Espera, eso es otra cosa. Aunque creo que me he explicado.
Escribir es narrar, es comunicarte con quien te lee (tu mismo, en el futuro, o miles de lectores a través de cualquiera de las plataformas disponibles hoy en día). Mientras logres el objetivo de comunicar aquello que deseas, la forma en que lo hagas no importa. Los clásicos lo son porque han marcado la evolución literaria, y probablemente, a una generación de lectores. Pero cada generación tiene sus clásicos, y cada lector particular, también. Leerlos puede brindarte horas de entretenimiento, y quizá enseñarte nuevas formas de expresar lo que deseas. Pero ni como lector ni como escritor estás obligado a seguir los pasos que otros han dado antes de ti.
A veces lo mejor es simplemente dejarse llevar. Y de una forma u otra, seguro que habrá alguien a quien tus historias les lleguen al corazón (incluso si solo lo lees tu).
P.D.: Sé que nadie que lea este post adivinaría cuales son mis sesgos literarios. Nadie, he dicho.
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